16.2.06

 

Cultura, una o ninguna

Si en otro artículo contaba por qué no creo que no existen las naciones, estos días, después de la que se ha formado por el famoso asunto de las caricaturas de Mahoma, creo que es el momento de explicar por qué tampoco creo en la existencia de las civilizaciones ni las culturas. No me refiero a la civilización o la cultura en singular, entre otras cosas porque habría que definir estos conceptos, y aquí no creo que ni el diccionario de la lengua española ni el de esperanto me iban a ayudar.

No; me refiero a la acepción que tanto se emplea en los últimos tiempos, que viene a ser una versión ampliada de la nación para los que prefieren pensar a lo grande. Es el que tanto popularizó Samuel Huntington, en su famoso libro sobre El choque de civilizaciones.

¿Qué civilizaciones describe Huntington? Pues es fácil: las religiones. No se dice de forma explícita, pero todas las civilizaciones principales que considera se definen por líneas religiosas. Quizás la principal muestra de arbitrariedad en esta definición de civilización es que el autor rompe este criterio cuando le interesa: la civilización occidental se define de acuerdo con lo que se llamó en otros tiempos civilización judeo-cristiana, pero curiosamente en el libro a los ortodoxos les incluye en general (aunque no siempre) en otro grupo aparte. Es también curioso, sin embargo, que no se marque ninguna frontera entre las religiones católica y protestante, cuyo choque tanto juego dio a los reaccionarios del pasado. De esto último quizás Huntington ya se ha arrepentido, y haya escrito su libro posterior, en el que anatemiza a los latinos de Estados Unidos, como una forma de introducir la civilización que se le había olvidado. Por supuesto, la inclusión de los hebreos en la misma civilización occidental es la mejor prueba de que el análisis no es un simple estudio académico, sino que se basa en los intereses estratégicos del gobierno norteamericano.

Algunos críticos del concepto de choque de civilizaciones han intentado contradecirlo insistiendo en la necesidad de promover una Alianza de civilizaciones. No dudo en la sinceridad y la buena intención de los promotores, y en que el deseo que les anima es el de promover la paz. Pero me temo que hacen un flaco favor a este afán cuando empiezan admitiendo que sí, que estamos ante civilizaciones diferentes que deben coexistir armónicamente.

Mi punto de vista es, sin embargo, que este enfoque es erróneo. No existen civilizaciones, no existen estas supernaciones, con culturas y aspiraciones definidas, culturalmente homogéneas, y preparadas para relacionarse en bloque con las demás. Los individuos somos muchos más parecidos de lo que nos dicen, y las diferencias son mucho mayores en función de otras variables, como la edad, el sexo, la clase y posición social, el grado de educación o la riqueza, que una variable tan secundaria (incluso para quienes la viven intensamente) como la religión de origen. Y que los derechos y responsabilidades deben ser los mismos para todos.

Es posible que esto sea remar contracorriente, ya que el llamado multiculturalismo se ha extendido a todos los rincones. Lo que en principio podía tener su sentido en el contexto político norteamericano, como una forma de apoyar los derechos cívicos de las minorías, se ha convertido en una patente de corso para legitimar la tradición. Con el curioso añadido de que algunos partidarios del multiculturalismo y de la defensa de las peculiaridades de otras culturas, no soportan (con razón) las opresiones tradicionales de sus propias sociedades.

En el debate reciente sobre las caricaturas se han amontonado las hipocresías: no sólo las de los que han defendido la libertad de expresión cuando no toleran bromas sobre sus propios dioses, sino también (y tan triste como lo otro) las de quienes reivindican su propio derecho a la crítica contra las religiones que los oprimen, y soportan sin rechistar aquéllas que les pillan más lejos.

Ya he hablado alguna vez de la existencia en el mundo esperantista de una Asociación Anacional Mundial. Ya sé que queda muy mal el nombre, pero habrá que ir pensando en crear una Asociación Acultural Mundial. Porque cuando se habla de civilizaciones y culturas, la alternativa está entre una o ninguna.