15.9.09

 

Me han echado de un foro

Hoy he sufrido una experiencia un poco molesta: me han echado de un foro de Internet. El fastidio no ha sido muy grande, y no se debe a que quisiera participar en las discusiones del foro, sino más bien a la manera en que se ha hecho, y a que no me han dejado ni despedirme del resto de foreros.

Se trata de “Independencia, el foro para el encuentro de las naciones sin estado”. A quien ha leído textos anteriores en esta bitácora no le extrañará que me hayan echado de un foro independentista, pero el asunto merece una pequeña aclaración. Entré hace algún tiempo porque se comentó algo sobre el anacionalismo, y quise matizar algo que se dijo allí, pero advertí que no quería que se tomara como una intrusión y me retiré inmediatamente. Ahora se ha vuelto a tratar el asunto, en un hilo con el título “Esperanto contra la diversidad”, y un forero comentó que ya en otro momento había yo participado “y como vino se fue, declarándose anacionalista pero sin querer discutir nada con nosotros”. Así que he vuelto a entrar, aclarando de nuevo que no es que no quisiese discutir, sino que no quería entrar donde no me llamaban. Por supuesto, he expuesto mi punto de vista, por un lado por qué no creo en la existencia de naciones y por otra que el movimiento esperantista es muy plural, con respeto y tranquilidad, como siempre que entro en una casa que no es mía.

Desgraciadamente, a un administrador le ha parecido que era demasiado, y me ha expulsado. Repito que no me importa que no me admitan en un foro privado, pero creo que merecía al menos una advertencia previa, y yo mismo me habría ido.

Bueno, fin de la cuestión. Así son los foros y así son algunos administradores.

Sin embargo, la experiencia ha sido interesante por otro motivo. Qué curioso es el mundo del nacionalismo, y cómo es la forma de pensar de los nacionalistas. Bueno, ya lo sabía y precisamente sobre este tema trataba mi anterior artículo, pero en este caso se trataba de algo más extremo y más explícito. Uno puede ver cierta lógica en el nacionalismo español, o en el catalán, o en el europeo. Pero encontrarse con el independentismo cántabro o el leonés (por ejemplo) desafía cualquier lógica, y más parece una caricatura. Siento decirlo, porque los hombres han sido amables, pero es que el concepto no tiene ninguna base. Ni tiene sentido basar una política en la prehistoria ni se puede uno inventar idiomas con esa alegría.

He elegido estos dos ejemplos concretos con pleno conocimiento de causa, ya que yo mismo procedo de una tierra que seguro que leonesistas y cantabristas podrían reivindicar como suya (aquí en el sur de este mapa, según el cual yo debería hablar cántabro, y no lejos de donde termina el antiguo reino de León) . Y también porque el administrador del foro me acusaba de que “se dedica a negar explícitamente y reiteradamente a naciones como Llión o Cantabria en su completa existencia”. Pues sí, es verdad, merecía plenamente la expulsión.


8.9.09

 

Ensoñaciones nacionalistas

Qué fácil es idealizar los pueblos cuando uno vuelve de vacaciones a la ciudad. Puede uno pensar que son el paraíso, o, si se está en plan lírico, que son los guardianes de los buenos tiempos, cuando todo era más puro. El que ha vivido de niño en uno sabe que pasarse todo el año en una aldea no es como se lo imagina el urbanita romántico. Y que en toda tradición juega un gran papel la imaginación, o incluso la ensoñación.

Pensaba en ello al regresar y encontrarme en la web dos descripciones de sendos lugares que he visitado estos días en mi tierruca.

Mi coterráneo Alpoma, cuyo blog, dedicado sobre todo a tecnologías antiguas o curiosas, sigo habitualmente, ha escrito sobre uno de los vestigios más antiguos de la zona, el menhir de Canto Hito. Casualmente yo mismo visité más o menos por las mismas fechas este lugar, pero me temo que mis conclusiones son distintas. A mí el menhir no me dice mucho. Tiene mejor aspecto desde cierta distancia que cuando uno se acerca: por un efecto óptico en el amplio páramo donde se encuentra, parece más impresionante visto desde mitad de la ruta desde la Cueva de los Franceses, mientras que pierde interés cuando uno se encuentra al lado. Así que hay que recurrir, como hace Alejandro, a un poco de ensoñación: hay que imaginarse a quien lo erigió, y fantasear con las vicisitudes que pasó. Está bien, no quiero quitar el mérito a su conservación, y también me sentó mal que algún estúpido dejara plásticos en sus inmediaciones. Pero prefiero no soñar demasiado, porque tengo comprobado que es el paso más fácil para entrar en venas esencialistas, como comenté en un texto anterior sobre la relación entre la arqueología y el nacionalismo (otros lo han tratado mejor, claro está)

No digo que Alejandro lo haga, pero sí que es muy fácil dar ese paso cuando uno está predispuesto. Puede verse más claramente en los comentarios que he visto en un texto sobre el segundo escenario que he visitado estos días: el yacimiento de Peña Amaya. Se trata de un lugar muy desconocido, incluso para aficionados a la historia, que tuvo al parecer mucha importancia hace unos siglos, pero del que apenas quedan vestigios hoy en día. De hecho, recomiendo la visita por los impresionantes paisajes que se pueden ver, y la facilidad para dar un paseo por la naturaleza (lo que ahora se ha dado en llamar senderismo). Sin embargo, para alcanzar conclusiones sobre el ser de Castilla, de Cantabria o de España, hay que alcanzar unos grados de ensoñación cercanos del delirio. Amaya sólo será símbolo de una nación o de una tradición para quien quiera encontrar justificaciones para sus ideologías.

Lo curioso es que hay quien se embarca en tales debates y tales sueños, como puede verse con otra Amaia, esa obra de ficción que formó gran parte de la base de las ensoñaciones del primer nacionalismo vasco, pero no sólo con ella.

Y es que, como he dicho otras veces, para ser nacionalista sólo hay que quererlo. La realidad es lo de menos.