27.6.09

 

Cuando la editorial es el criterio fiable

Como tantos otros, en mi caso ya se ha hecho una costumbre lo de darse todos los años una vuelta por la Feria del Libro de Madrid, aunque sea con riesgo de chocar contra las muchedumbres, o, lo que es peor, con la acumulación de basura editorial que la inunda. Quizás haya elegido una expresión un poco dura, pero es verdad: a mí que tanto me han gustado los libros desde jovencito, me deprime ver cómo puede degenerar este producto.

No me refiero tanto a los libros literarios de éxito que inundan la Feria, ya que aunque muchos de ellos no me interesan lo más mínimo, acepto alegremente que haya otras personas que vayan precisamente a ver cómo está el mercado de moda; únicamente lamento que se repiten en demasiadas casetas, y ocupan un espacio que podría reservarse mejor a productos más minoritarios, que no tienen tantas oportunidades el resto del año. Lo que me apena es la inundación de pseudociencia, pseudomedicina, pseudohistoria y pseudosociología, los libros oportunistas sobre la actualidad, que no durarán más de una temporada, o los autores cuyo principal mérito es ser estrellas o presentadores de televisión, y que inevitablemente son los que crean más multitudes atraen para firmar.

Afortunadamente hay una escapatoria: localizar las editoriales o librerías en que uno confía. Reconozco que es un procedimiento paradójico, éste de confiar más en empresas que en autores o títulos, pero es casi el único disponible cuando te rodea tanto oportunista.

Este año me funcionó la estrategia en al menos una ocasión. Tan pronto como vi el puesto de la editorial Acantilado supe que encontraría algo interesante. No me ha fallado desde que conocí ahí el diario de Petr Ginz, del que ya hablé en otra ocasión, o las obras de Imre Kertész.

Esta vez cayeron dos libros, que acabo de terminar, y que no me resisto a recomendar.

El primero fue “Los hermanos Rajk”, de Duncan Shiels. Trata sobre la distinta suerte de dos hermanos húngaros, uno miembro del gobierno fascista de la Cruz Flechada, el otro uno de los fundadores de la República Popular de Hungría. Este último, László Rajk, fue miembro de las Brigadas Internacionales que lucharon en la guerra civil española. Tras la toma del poder por los comunistas en Hungría fue ministro del Interior y de Asuntos Exteriores, pero poco después se convirtió en la principal víctima de las luchas intestinas en el seno del régimen, cuando Stalin comenzó a acusar a sus enemigos de titistas, y fue ejecutado en 1949. Esa época histórica siempre me ha interesado, y ya en ocasiones anteriores he encontrado un cierto paralelismo entre la represión estalinista sobre los ex brigadistas con la represión de los esperantistas, por razones similares: su cosmopolitismo y sus contactos internacionales. El libro es muy interesante y bien construido, aunque me molesta el estilo algo artificial y los intentos de embellecer el relato a costa de sacrificar en ocasiones el rigor.

Una pareja de esperantistas

El segundo libro es similar en su temática, aunque distinto en su perspectiva. Se trata de la autobiografía de Otília Castellví, que cuenta sus aventuras durante la guerra civil y el posterior exilio. El libro, que ya se había editado hace unos años en catalán, se titula “De las checas de Barcelona a la Alemania nazi”. La autora fue miembro del POUM, el partido semitrosquista disidente, y ella pasó por las prisiones secretas durante las luchas intestinas en el bando republicano. Posteriormente se exilió a Francia, en cuyos campos de refugiados (de concentración, más bien) lo pasó muy mal, y tras diversas peripecias terminó trabajando en Alemania, donde se casó con un compañero de fatigas, Linus Moulines. Finalmente se asentaron en Venezuela, de donde sólo en sus últimos años regresaron a Cataluña.

El libro cuenta las aventuras con sencillez y sinceridad, sin grandes artificios. Lo conocí fortuitamente por una amplia reseña en la que se mencionaba que Linus era esperantista y me lo recordó una emisión en Radio Nacional, donde intervino el editor, Jaume Vallcorba, y el hijo de la pareja, actualmente profesor en la Universidad de Munich, Ulises Moulines. En ella se volvía a mencionar el hecho de que los dos miembros de la pareja eran esperantistas, “una de tantas causas perdidas, pero justas, por las que lucharon”.

Efectivamente, en el libro se menciona este hecho, y cómo estuvo a punto de decidir su futuro, ya que en su viaje a Sudamérica hicieron escala en Brasil, y los esperantistas locales les agasajaron de tal manera y les dieron tanto cariño que estuvieron a punto de quedarse allí. Finalmente pasaron a Venezuela, donde Linus (o Lino, como allí le llamaban) montó una librería muy exitosa. En ella se desarrollaron algunas de las principales actividades de la Sociedad Venezolana de Esperanto, y allí siempre hubo libros en ese y otros idiomas.

Ulises Moulines me confirma que sobre todo Linus fue siempre fiel al esperanto. Bueno, no siempre, ya que en un momento determinado, cuando la pareja estaba en Alemania, Linus fue detenido por la Gestapo, evento que se relata en el libro, y tuvo que llenar un formulario en el que le preguntaban: “¿Es Ud. comunista, masón, judío o esperantista?”. Dado el trato que los nazis dispensaron a los esperantistas (y a las otras tres categorías) creo que todos le perdonamos que mintiera en este asunto.

No doy más detalles ahora: sobre el libro se puede leer más en la reseña que enlacé antes; sobre el esperanto iré añadiendo detalles en ocasiones posteriores. Sólo quiero terminar deseando que Acantilado continúe con su olfato editorial y que continúe siendo el refugio entre la nadería de la próxima Feria.


17.6.09

 

Esperón o esperantón

Hace unas semanas el periódico The Guardian lanzó un interesante concurso. Se trataba de renombrar el bosón de Higgs, también conocido como la Partícula de Dios. A nadie le gusta ninguno de los dos nombres. Ni a Higgs, que reconoce que no fue él el único promotor de la teoría. En cuanto a Dios, ese nombre sólo sirve para dar lugar a confusiones, exageraciones o simplemente estupideces.

Ahora ha salido el resultado, y aunque el concurso nunca pareció totalmente serio, y todos los participantes lo tomamos sobre todo como algo humorístico, como un paso en el difícil esfuerzo de acercar la ciencia al gran público, el resultado ha llegado a un límite que roza el cachondeo. Han elegido el nombre de "el bosón de la botella de champán", por razones que se pueden leer en este artículo (y si no entiendes inglés tampoco te pierdes nada). La verdad es que viendo cómo se las gastan los vinateros franceses, igual obligan a que en español se utilice la versión de "el bosón de la botella de cava", y tengamos que llamar a la partícula el "cavón", con lo mal que suena.

A mí, como es lógico, me sigue pareciendo más adecuada mi propia propuesta, el "esperón", que significa "esperanza" en esperanto (disculpad la cacofonía de la frase), y que The Guardian hace notar que tiene un sabor internacional.

El periódico ha visto el interés que se han tomado los lectores, aunque sea para hacer unas risas, y ha repetido la experiencia. Ahora se trata de nombrar el último elemento químico, recien oficializado. La IUPAC ha aceptado el elemento de número atómico 112, y ha pedido a sus descubridores, del Centro de Investigación de Darmstadt en Alemania que le den un nombre. The Guardian ha pedido ideas a los internautas. Como dicen ellos, "en la Red todo es posible, incluso la esperanza". Así que de nuevo he propuesto un nombre relacionado con este concepto: el "esperantum".

A ver si ahora se lo toman más en serio, y reconocen que mi propuesta es, evidentemente, la mejor.


14.6.09

 

Foro sobre lenguas

Me he encontrado casi por casualidad un foro sobre lenguas, con subforos para diversos idiomas; se trata del foro del "Free Dictionary": http://forum.thefreedictionary.com. Aunque la parte más empleada es la del inglés, también tiene uno en español, que invito a visitar a los interesados en estos temas. Hay también uno en esperanto, que eliminaron pero que ante mi solicitud han vuelto a instalar.

Por cierto, que he preguntado allí por una curiosa cuestión, sobre la que leí hace un tiempo, pero de la que no recuerdo ni lugar ni respuesta: la palabra "amarillo" tiene un nombre muy distinto en cada idioma, incluso cuando se trata de la misma familia de lenguas. Recuerdo que se especulaba con razones psicológicas y sociales, pero no me acuerdo de cuáles eran éstas. ¿A alguien le suena? Lo he preguntado en el foro en esperanto, así que si lees esto en castellano, me puedes contestar aquí mismo.