8.9.09

 

Ensoñaciones nacionalistas

Qué fácil es idealizar los pueblos cuando uno vuelve de vacaciones a la ciudad. Puede uno pensar que son el paraíso, o, si se está en plan lírico, que son los guardianes de los buenos tiempos, cuando todo era más puro. El que ha vivido de niño en uno sabe que pasarse todo el año en una aldea no es como se lo imagina el urbanita romántico. Y que en toda tradición juega un gran papel la imaginación, o incluso la ensoñación.

Pensaba en ello al regresar y encontrarme en la web dos descripciones de sendos lugares que he visitado estos días en mi tierruca.

Mi coterráneo Alpoma, cuyo blog, dedicado sobre todo a tecnologías antiguas o curiosas, sigo habitualmente, ha escrito sobre uno de los vestigios más antiguos de la zona, el menhir de Canto Hito. Casualmente yo mismo visité más o menos por las mismas fechas este lugar, pero me temo que mis conclusiones son distintas. A mí el menhir no me dice mucho. Tiene mejor aspecto desde cierta distancia que cuando uno se acerca: por un efecto óptico en el amplio páramo donde se encuentra, parece más impresionante visto desde mitad de la ruta desde la Cueva de los Franceses, mientras que pierde interés cuando uno se encuentra al lado. Así que hay que recurrir, como hace Alejandro, a un poco de ensoñación: hay que imaginarse a quien lo erigió, y fantasear con las vicisitudes que pasó. Está bien, no quiero quitar el mérito a su conservación, y también me sentó mal que algún estúpido dejara plásticos en sus inmediaciones. Pero prefiero no soñar demasiado, porque tengo comprobado que es el paso más fácil para entrar en venas esencialistas, como comenté en un texto anterior sobre la relación entre la arqueología y el nacionalismo (otros lo han tratado mejor, claro está)

No digo que Alejandro lo haga, pero sí que es muy fácil dar ese paso cuando uno está predispuesto. Puede verse más claramente en los comentarios que he visto en un texto sobre el segundo escenario que he visitado estos días: el yacimiento de Peña Amaya. Se trata de un lugar muy desconocido, incluso para aficionados a la historia, que tuvo al parecer mucha importancia hace unos siglos, pero del que apenas quedan vestigios hoy en día. De hecho, recomiendo la visita por los impresionantes paisajes que se pueden ver, y la facilidad para dar un paseo por la naturaleza (lo que ahora se ha dado en llamar senderismo). Sin embargo, para alcanzar conclusiones sobre el ser de Castilla, de Cantabria o de España, hay que alcanzar unos grados de ensoñación cercanos del delirio. Amaya sólo será símbolo de una nación o de una tradición para quien quiera encontrar justificaciones para sus ideologías.

Lo curioso es que hay quien se embarca en tales debates y tales sueños, como puede verse con otra Amaia, esa obra de ficción que formó gran parte de la base de las ensoñaciones del primer nacionalismo vasco, pero no sólo con ella.

Y es que, como he dicho otras veces, para ser nacionalista sólo hay que quererlo. La realidad es lo de menos.


Bookmark and Share
Comentarios:
Reproduzco aquí el comentario que ya he dejado en mi blog:

Acabo de leer tu texto y he leído dos veces tu comentario. Entiendo perfectamente tu postura, es más, creo que la idea que no quedó clara fue la mía. Lo repetiré ahora con otras palabras, a ver si soy más preciso.

Para mí, no es la “tierra”, el lugar lo importante, sino el tiempo. Es la percepción de la escala temporal lo que de verdad me emociona. Por ejemplo, si el menhir fuera una simple piedra de medio metro me seguiría sucediendo lo mismo. Es el simple hecho de que un ser humano, igual que nosotros ahora, seamos de donde seamos, hizo algo allí hace milenio. Un hombre, mujer o grupo de los que no tenenos prácticamente ni idea. Es la contemplación de los líquenes sobre la roca, conociendo la velocidad a la que crecen, su extensión y cómo han logrado cubrir la roca, lo que me sobrecoge. No se trata de pensar en el lugar, sino en la levedad de nuestro paso por el mundo, pues dentro de miles de años, seguramente, el canto hito, como cualquier otro menhir o similar, seguirá ahí, cuando nada ni nadie guarde memoria de nuestro paso como personas por el mundo. Luego, al margen de todo esto, está el hecho del estudio arqueológico y científico. Para eso, como siempre digo, las emociones y creencias hay que dejarlas completamente apartadas, pues no suponen sino un lastre para cualquier investigación.

No sé si ahora habrá quedado clara mi postura, espero que sí. Nada más lejos de mi intención que sugerir en convertir lugares así en símbolos de nada, porque cuando eso sucede, las cosas se ponen muy feas. ;-)
 
Allí te contesto ;)
 
Publicar un comentario

<< Volver a la portada