11.5.06

 

Parlamentarios confusos

No, no me refiero a los que han dado hoy la nota en el Parlamento español y en el de la Comunidad de Madrid. Esos saben bien lo que quieren.

Me refiero a los europeos, y en concreto a lo relacionado con la política lingüística de la propia institución y del resto de las instituciones de este ámbito.

Es lógico que en el Parlamento Europeo se preocupen por el problema lingüístico, teniendo en cuenta que no hay otro sitio mejor que esta institución y este aspecto para ver el irracionalismo del actual modelo de construcción europea. Al menos desde el punto de visto de los ciudadanos cosmopolitas para los que el concepto de Unión Europea era un buen paso inicial en un proceso de desaparición gradual de las fronteras y de respeto a todos los ciudadanos independientemente de su país de origen o su lengua materna.

En la respuesta a un artículo de David de Ugarte sobre la política lingüística europea, una persona que trabaja en el Parlamento intenta justificar la mezcla de caos y hegemonía que caracteriza la política actual, con argumentos traídos por los pelos, que demuestran la confusión que rodea a los parlamentarios. No es extraño, ya que entre estos se tiene que dar necesariamente dos sentimientos contradictorios. Por una parte, algunos deben su puesto no a sus habilidades políticas, sino a sus habilidades lingüísticas, a pesar de lo que diga la propia web del Parlamento (ya se sabe, excusatio non petita...). Por otra parte, no les puede resultar indiferente la situación actual, en la que sus lenguas personales no les permiten acceder en igualdad de condiciones a todos los debates celebrados en la institución.

Así que no es de extrañar que periódicamente los parlamentarios de a pie planteen otras iniciativas, sistemáticamente torpedeados por las instancias superiores. Así, en la legislatura anterior, una propuesta del radical italiano Gianfranco dell' Alba en favor de que se estudiase el papel que podía tomar el esperanto, alcanzó alrededor del 40% de los votos, para gran sorpresa incluso de los esperantistas, que no habían tomado parte especial en su preparación.

Por eso son un tanto tristes los comentarios citados, no tanto porque alguien que trabaja en el Parlamento pueda tener otras ideas sobre la forma de resolver esta situación actual, tan insatisfactoria, como por la confusión que demuestra en sus argumentos. Lo de menos es esa frase tan rotunda y tan falsa de “Sí, como dices, [el esperanto] es una lengua neutra también es una lengua muerta: no se habla en ningún sitio”: justamente el que no se hable en un territorio definido es la demostración de su neutralidad, lo que no tiene nada que ver con su mortalidad: el esperanto no sólo está vivo y coleando, sino que lo hablan más personas que algunos de los nuevos idiomas oficiales de la Unión.

Lo peor no obstante es que confunde la promoción del esperanto como segunda lengua para todos con un posible uso sustitutivo de los idiomas actuales. “Además, a no ser que abandonásemos todas las lenguas que se hablan en Europa, sería una lengua artificial y ajena a los ciudadanos, usada fundamentalmente para usos administrativos.” Los parlamentarios no ven o no quieren ver que son precisamente las lenguas hegemónicas las que son ajenas a los ciudadanos y se emplean para usos administrativos (¡qué curioso escuchar esta expresión por parte de un euroburócrata!).

Que el problema lingüístico les importa es evidente a partir de sus preguntas parlamentarias. Por ejemplo, véase la planteada por el eurodiputado Carlos Carneroque tiene como asunto: Mantenimiento o modificación de la decisión de reducir el número de traductores de español en la Comisión Europea. Lo más curioso es que este enlace ejemplifica mejor que nada esa mezcla de caos y hegemonía que antes comentaba: Pincha en el botón "polaco", por ejemplo (u otros minoritarios), para ver la versión de la pregunta en ese idioma: la pregunta continúa estando en español, pero la respuesta aparece en inglés. ¿Y aún siguen diciendo que un modelo alternativo sería “ajeno a los ciudadanos”?

Aun así, la esperantofobia de los funcionarios europeos no tiene límites: en una versión previa del documento “Preguntas sobre la política lingüística de la Unión Europea” se indicaba lo siguiente: “Queda la posibilidad de una lengua artificial, pero, por definición, una lengua de ese tipo no es lengua materna de nadie, y un léxico desvinculado de la historia o la cultura viva no es suficientemente preciso para la legislación.” Como tuve ocasión de escribirles:

“Me temo que el razonamiento contra las lenguas artificiales no parte de un razonamiento exhaustivo y de una investigación rigurosa, sino de un prejuicio con respecto al carácter presuntamente natural e incontaminado de las lenguas, y de una ceguera ante las relaciones de poder que las mismas representan. Como hablante de la más extendida de estas lenguas, el esperanto, debo constatar de nuevo con pena que las instituciones europeas desconocen tanto su realidad actual como su potencialidad para superar las discriminaciones lingüísticas y culturales que no dejan de crecer en la Unión Europea. No es de extrañar que siga creciendo el despego de los ciudadanos hacia unas instituciones que emplean razonamientos tan oscuros y continúan privilegiando en la realidad a unos pocos idiomas (según su documento, para sus asuntos internos), aunque se llenan de retórica hacia un respeto teórico a la diversidad lingüística”

Parece que la carta, así como otras enviadas por otros ciudadanos, pudo al menos hacerles ver lo ridículo del argumento, porque esta mención ha desaparecido de la versión actual. Sin embargo, el fondo del asunto no ha cambiado.

Un ejemplo más para terminar: una iniciativa que a priori es magnífica para acercar las actuales instituciones europeas a los ciudadanos es la bitácora creada por la actual vicepresidenta de la Comisión Europea, Margot Wallström, para transmitir de forma directa a los ciudadanos algunos aspectos interesantes de su actividad pública. Pues bien, a pesar de que la vicepresidenta es sueca, los textos están casi exclusivamente en inglés, con excepción de unos pocos, casualmente redactados poco después de que algunos se lo hiciéramos notar. ¿Resultado?: quienes comentan los artículos son, aparte de algunos funcionarios europeos, casi exclusivamente ciudadanos ingleses, y, por cierto, en su mayoría euroescépticos. Seguro que no era eso lo que esperaba Margot, pero es lo que hay: a cualquiera le cuesta mucho más participar en un debate serio en una lengua que no es la suya, y los británicos están claramente en superioridad de condiciones en la comunicación europea.

Sólo el esperanto nos pone a todos al mismo nivel.


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