7.10.07

 

Una lengua normal

La revista "Beletra Almanako" (Almanaque literario), a la que hacía referencia una de las últimas entradas de esta bitácora, incluye un ensayo que me han premiado en los últimos concursos literarios de la Asociación Universal de Esperanto. Se titula "La lengua normal" ("La normala lingvo") y puede leerse ahora también en la red, en la revista en red "Libera Folio".

No es cuestión ahora de traducir el texto, pero sí quería aprovechar la circunstancia para refutar o matizar algunas concepciones equivocadas que sobre el esperanto y los esperantistas se tienen entre el público que no los conoce, o que sólo tiene referencias superficiales sobre ambos. Tanto la lengua como el movimiento que la promueve son bastante normales. Podría parecer ésta una afirmación trivial, pero quiero explicarme.

En primer lugar, el esperanto es ya una lengua como cualquier otra, sobre todo en cuanto a sus características lingüísticas, si no en las motivaciones de los que la hablamos. Quien recibe por primera vez la información de que se trata de un idioma artificial, se imagina una especie de código, en la que pueden desarrollarse como mucho conversaciones primitivas o básicas. Hay una idea de las lenguas como algo natural, puro y arraigado en lo más profundo de nuestras memorias, que causa el que muchas personas no conciben que es muy normal ser bilingüe, y que incluso se puede sustituir la lengua materna por otra distinta como instrumento básico de relación.

Por otra parte, tampoco se suele ser consciente de que todas las lenguas son artificiales. Quiero decir que hay una diferencia entre el habla que aprendimos en nuestro entorno familiar y social, y la lengua literaria que se enseña en las escuelas, que es siempre una convención, que está mucho más planificada de lo que asumimos normalmente, y que debe ser absorbida en procesos parecidos al aprendizaje de otro idioma. Esta circunstancia se nos nota menos a los castellanos, cuya lengua está muy normalizada desde hace siglos, y cuya habla popular es muy cercana al estándar, pero es común a la gran mayoría de lenguas y dialectos.

El esperanto es sólo un paso más allá. Obviamente fue planificada en un comienzo, e incluso tiene fecha de nacimiento, pero la actitud del hablante normal frente a sus reglas no es muy diferente al de un vasco frente al batúa, el de un chino frente al putonghua (mandarín) o el de un alemán frente a las elecciones que para definir el lenguaje oficial se hicieron en el siglo XIX.

El esperanto es normal también en cuanto a su evolución. La decisión sobre neologismos se efectúa de forma muy parecida a la que ocurre en español, por consenso entre los hablantes. En ocasiones coexisten varias formas hasta que una se consolida. Es más, no existe la duplicidad de formas entre español de España y español hispanoamericano que se observa en ocasiones, y que tantos problemas da en la wikipedia en castellano. Es tan normal, que a pesar de que existe una Academia de Esperanto, ¡los hablantes le hacemos el mismo caso, si no menos, que los castellanoparlantes a la Real Academia Española!

También en esperanto existen las mismas discusiones sobre algunos aspectos lingüísticos que en otros idiomas. En este caso hay que reconocer que a veces las discusiones en esperanto tienden a desarrollarse de forma algo especial, ya que al no tratarse de una lengua natal, hay esperantistas, sobre todo novatos, que la juzgan como más fácilmente reformable, y proponen modificaciones que no harían en su propia lengua. La tesis que defiendo en mi ensayo es justamente que los hablantes deberían emplear los mismos criterios (sea a favor, sea en contra) que en el respectivo idioma nativo. Por ejemplo, sobre el tratamiento igualatorio de los géneros, es decir, el lenguaje no sexista (ya que también en esperanto hay cierta asimetría en el tratamiento de los géneros), ya escribí en su momento un texto, en el que abogo por una evolución gradual y la desaparición de los casos más flagrantes; es decir, lo mismo que defiendo en español.

Como decía, el esperanto es una lengua muy normal, en el que es posible expresar desde los pensamientos más sublimes a los más triviales, con la que se pueden contar chistes, ligar, pelearse, decir misa, hablar de política, hacer rock y lo que a cada hablante se le ocurra.

Por otra parte, también los hablantes de esperanto, organizados o no, es decir, lo que se ha venido a llamar el movimiento esperantista, forman un colectivo muy normal. Digo esto porque hay por ahí una cierta imagen estereotipada de los esperantistas como personas extravagantes y del movimiento como una especie de secta. Lo primero se puede deber precisamente a que si uno ve raro hablar una lengua construida, es claro que los hablantes deben ser algo especiales. Como acabo de indicar, el esperanto no es algo tan especial, y por tanto esta razón no tiene mucho sentido.

Pero la imagen también puede deberse a algunos comportamientos exaltados de ciertos esperantistas, sobre todo en el tratamiento del esperanto como una especia de panacea que va a solucionar todos los males del mundo gracias al milagro de la comunicación entre los humanos. No voy a negar que este tipo de esperantistas existe, y ha dado mala fama al colectivo. Pero se trata de una actitud que, aunque no tan rara en el pasado (véase el conocido caso de Julio Mangada), prácticamente ha desaparecido en la corriente mayoritaria del movimiento esperantista actual. Es más, yo sostengo en mi ensayo que casi se ha llegado a una actitud contraria: muchos apólogos del esperanto temen incluir consideraciones ideológicas en su información sobre el idioma, a pesar de que es evidente que lo que atrae a la mayoría de las personas que se acercan al mismo es justamente la fuerza de la idea que representa (incluso si ésta es difícil de precisar con exactitud).

Por lo demás, la presencia de eventuales extremistas no debe llevar a conclusiones erróneas. El movimiento esperantista es muy plural y muy normal.


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